miércoles, 28 de septiembre de 2011

La verdad es que siempre sintió lejano el hecho de sentarse en una mesa con un tablero de ajedrez, solo, y almorzar algo de los puestitos de la calle. Tal vez porque cuando era más chico ese señor que tanto miedo le daba se sentaba en el mismo lugar en el que él estaba. Quisas porque le recordara a la señora que alimentaba a las palomas los domingos en la esquina del lugar. Digamos que los libros del puesto de enfrente, que nunca parecen venderse, no ayudan a la nostalgia.

Sin embargo, allí se encontraba: a sus 42 años de edad, sentado en el banco de cemento, alimentandose a pan, carne y lechuga. A diferencia de los mayores en su recuerdo, él estaba vestido con un costoso traje que le había comprado su mujer, por lo que no recuerda exactamente de donde era. Sentarse se le era incómodo, ya que le apretaba la costura del medio. Doblar los hombros era practicamente imposible entre la ajustada camisa azul y el saco de dura tela. La corbata le aficciaba lentamente, y el sol en lo alto del cielo no ayudaba a su satisfacción.

Sinceramente, no sabía como había terminado allí. La plaza no quedaba cerca de su trabajo ni de su departamento, pero la distancia era caminable. Cuando salió de su oficina notando que solo tenía un cambio para comprarse el almuerzo, se dirigió como si supiera que allí encontraría lo que deseaba. La verdad, en ningún momento tuvo dudas sobre como seguirían sus pasos, y por eso él es quien tiembla ahora.

Cuando terminó la secundaria, se anotó en la Universidad de Buenos Aires como lo hacía cualquier estudiante en su momento. La carrera de economía le pareció una vía fácil, ni muy humanistica ni muy matemática, y le convenía para la salida laboral. Nunca dudó cuando tuvo que estudiar para esos parciales con los profesores jodidos, conoció un par de personas, creyó enamorarse hasta la eternidad, jugó al fútbol, cantó en protestas, vivió como cualquier joven lo hizo en su época.

Y sin embargo, veinte años después, se encontraba buscando su niñez en el viejo banco con la mesa de ajedrez. Preguntándose, cuestionandose, cuando se dejó llevar por la corriente hasta olvidar lo que era razonar. 

(Tengo que escribir más seguido!)

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