domingo, 7 de noviembre de 2010

La canción del cuervo (II)
[ . mirandote veo mi reflejo. Sos mi espejo, aunque solo quisiera ser tuyo . ]

Cantidad de veces he dicho que la paciencia, hoy día, es poco admirada pero demasiado necesitada. Si no fuera por las largas horas de espera o la inmensa necesidad de tenerla ya frente a mis ojos, quisás no hubiera dicho nada. Por lo que me caracteriza, se puede decir que tengo la capacidad de soportar más que otros. Me adulo a mi mismo, como si pudiera superar todos esos dolores que me rodean, y no es así. Sin embargo, si puedo nombrar mi paciencia.
Hace cuatro añ0s y unas tres semanas, un par de días más, todo lo que me tocara significaba un sufrimiento y algo nuevo que decir. Caminar por las calles y mirar los cielos mientras filosofaba y nombraba estupideses ignorantes eran mis pasatiempos. Tanto tiempo pensando, logré crear mi propio mundo encerrando todo lo que no sabía y creía saber en una buruja que alejaba al mundo. Increible lo feliz que era.
Cuando entré a la nueva secundaria, pasando de ir de una costosa privada a lo que mis padres decidieron mejor para mi, una pública nombrada comunmente, recibí un par de piñas -literalmente- por mi arrogante pensamiento. A pesar de todo, logré instruirme más de lo que jamás hubiera imaginado, dejando que esta burbuja fuera desapareciendo lentamente. Me enamoré, hice amigos, investigué, amé mi nueva secundaria aunque dejara de lado mi felicidad por la dura realidad.
Es por esto que, cuando entré a trabajar como un simple asistente a mi viejo colegio, tuve que tragarme mis ganas de reir. No fue fácil, sobretodo al ver a los mismos profesores de hace diez años dando las mismas clases. Mordiendome la lengua, intenté sonar formal y con autoridad, haya funcionado o no, la sonrisa encantadora de las jóvenes alumnas solucionaba gran parte de mis cuestiones.
Me senté en un asiento vacío al lado de una de las pequeñas. Su cabello largo evitaba que la mirara a los ojos, hasta que levantó la vista y unas oscuras órbitas miraron al frente. Su postura firme y el brillo de la clara piel me mantuvieron impactado, parecía que estubiera observando a una muñeca de porcelana de la época gótica. Cuando vio mi mirada fija en ella, su rostro tomó un suave color rosado, al cual sonreí. Volviendo a sus notas, no dejé de observarla durante esa clase.
No me pareció extraño que las alumnas me preguntaran si tenía novia, donde vivía, que estudiaba. En los tres casos, mentí. Me divertía viendo sus rotros sonreir e ilusionarse, desilucionarse y volver a encenderse para crear una nueva prgunta. Habiendo estado en su edad, me divertí recordando cuando yo solía estar del otro lado. Acercandome y susurrando les pregunté el nombre de la joven al lado mio, provocando que se miraran entre si y fruncieran el ceño.
- ¿Para qué queres saber su nombre? - contestó una de cabello demasiado largo y mirada severa, junto con unos labios exageradamente rojos-. ¡Já! No podría creer que te gusta.
Si bien intentaba hacer una broma, su tono no era irónico y con guiñarme el ojo solo parecía que su frustración aumentaba. Largué una carcajada, le recordé que había dicho que tenía novia, lo cual era falso pero divertido, y le comenté que el tono lúgubre de la señorita me impactaba como personal de la institución que debía saber del estado de los alumnos (sí, esas palabras les hicieron recordar que se encotraban hablando con un mayor, razón por la cual se empezaron a aburrir del tema).
- Su nombre es Lucy, tan yanquie como suena, y es lúgubre por decición propia. No me extrañaría que de noche hiciera esos rituales satánicos -movió las manos como lo estubo haciendo durante toda la discución- y por eso tiene esas o-je-ras -remarcando la última palabra, acercó sus dedos índices hasta sus ojos y señaló debajó de estos.
Suficiente información me habían dado, eliminando las suposiciones, ahora podría hablar con la muñeca.

Les puedo jurar que de todas las coses que he escrito, esta es la más difícil. Temas cotidianos, te odio u.u

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