martes, 20 de abril de 2010

La ironía de la situación había estado ahí todo el tiempo. Cuando Lucas metió la mano en el bolsillo trasero del jean negro que traía y no sintió ningún chicle. Posiblemente haya sido que no pudo parar de comerlos durante el día, tirándolos al instante por la pérdida de sabor. Había salido a buscar un par de fruta para el postre, donde compró el primer paquete. Se encontró con precios desorbitantes así que fue a otra verdulería. Allí fue donde tiró el chicle que había masticado por las quince cuadras. Las manzanas estaban frescas, así que se agarró un buen kilo. Saludó a la mujer de tez oscura y tiró el segundo chicle, ya había perdido el sabor. Mientras caminaba por las tranquilas calles de día de las Vegas, pensaba que tendría que comprar otro paquete ya que el que había comprado estaba defectuoso. Tiró el quinto chicle y empezó a buscar plata entre los bolsillos. Paró por una biblioteca después de pasar por el segundo kiosco y revisó el un sector alejado a la izquierda pasando por un pasillo de CDs. Agarró un libro de Revilla y le pareció sexy e intimidante. También le pareció un gasto de tinta y dinero, aunque pensó que a ella le gustaría. Después agarró uno de Rossi, cuadrado y simple. Opinó lo mismo de Kahn y cuando estaba por agarrar el libro de Saldi, se preguntó que hacía en la sección de arte. Tiró el chicle y siguió camino. Vía al hotel vio enfrente a una morocha de pelo corto. Sus botas altas dieron un giro y esa sonrisa que parece tener pegada al rostro se hizo mostrar. Lucas formó un globo y miró de reojo. Caminaron en un silencio incómodo hasta la puerta principal donde cada uno partió para su lado. Estaba por llegar al lobby cuando se le ocurrió que, por ahí, tanto las manzanas como la idea de la biblioteca, deberían haber servido para algo más que gastar una buena ración de chicles. Su habitación era 245, tocó sin sutileza y escuchó un leve grito. Con encono se abrió la puerta y él levantó la bolsa y ella lo miró sorprendida. Suspiró mas lo dejó pasar. Sin palabras, entró a la cocina y buscó un buen vino. Con una señal del cuchillo, le pidió que cortara las manzanas. Mientras ella se acercaba con desgana, él le agarró las muñecas y se le acercó lentamente. Podía sentir su respiración y juraría que su corazón esquivó un latido. No que lo vaya a decir. Vio como se sonrojaba y eso le soltó una sonrisa. Cuando besó sus labios, lo hizo lento y suave, separó rápidamente y la miró a sus ojos, sonriendo. Esperaba una cachetada, no una respuesta. Ella era la que se acercaba ahora y él pudo jurar que volvió a sentir dulce.
(matenme cuando quieran)

1 comentario:

Den dijo...

jaja como disfrutarias tener taller de expresion oral y escritaaaaaa
te amo