jueves, 4 de marzo de 2010

Caminar por las calles de recoleta no es nada agradable. Uno se puede encontrar con edificios altos, casas destruidas o abandonadas, calles a medio arreglar y personas que caminan como si el mundo dependiera de sus pasos. Cinco, ocho, tres cuadras después -dependiendo de donde estés- podes llegar a la famosa avenida de la Fe, colmada de gente. Evitando el vendedor de cordones, corriendo para alcanzar el semáforo, saltando los escalones rotos y las baldosas mojadas; podemos llegar a la no tan ocupada calle Riobamba, nombrada así por la historia de una ciudad de Ecuador. Igualmente, usted no va a recordar aquello y va a seguir caminando.
Pasando por dos avenidas vacias de personas pero repletas de autos y pasando por el costado de Crónica -lugar que no vamos a notar, por la falta del color rojo- llegaremos hasta la calle Perón. Antiguamente Cangallo, se le decidió cambiar el nombre causando la confusión de quienes no viven continuamente dependiendo de ella.
Son tres, quizá cuatro, las cuadras que tendrás que caminar hasta llegar al establecimiento, no muy grande pero con presencia, al que suelen llamar colegio. Se pueden ver algunos alumnos, festejando o no, sentados sobre las escaleras de entrada o en los edificios vecinos.

Es aquí donde nos encontramos con dos situaciones contradictorias. La felicidad, el alivio, la dicha, la satisfacción. La alumna salta con las manos a los costados de su pollera y una sonrisa en el rostro. Felizmente cuenta como fueron los hechos.
Entró aterrada. Dijo todo a la perfección pero, ¡cuidado! ¡Un error! ¡Desdicha! ¡Calamidad! Pero ¡si estaba bien! Bueno, te la dejo pasar. ¡Gracias, profe! ¡Es una grosa! Ahora solo hay halagos hacia quien solo hacia su trabajo, cuando durante el año el murmullo sobre el odio era inapelable. Más halagos pero hacia diferente persona en diferente lugar. Un abrazo, ¡pasamos!
Felicitaciones, se ha ganado tres días de vacaciones. Pudieron haber sido tres meses, lo sabemos, pero el profesor era deficiente y decidió que debías seguir estudiando bajo el calor y la posibilidad de estar con tus amigos. Toda la culpa del profesor, ¡pero que falta de educación!

Sin embargo, hay otra imagen en el radio. Un joven, sentado en el borde de un pequeño escalón grita y sacude las manos con vigor. Mira a los ojos solo cuando es necesario, si no, su vista se pasea entre las calles, los autos y el edificio de enfrente que ahora se mira con odio. Aborrecimiento hacia ese profesor que, si bien era notable la falta de lectura, te desaprobó porque tu forma era despreciable. Todos sabemos la verdad, te tenía el ojo desde que te vio entrar a mediados de Marzo. Culpa del nefasto profesor que no dictó el tema que decidió examinar, culpa del establecimiento por contratar a profesionales.

La ociosidad no es mencionada. Tampoco es ignorada, si no es envuelta en su antónimo para evitar las miradas de desprecio y decepción.

Todavía no entiendo porque los culpables no se hacen cargo.


Dudo que lo hagan pero bien sé que lo pensan, hoy día no quiero que me detengan. Quiero llegar más lejos, no me importa lo intolerable que se vuelva.

1 comentario:

Den dijo...

jaja tenes que hacer otro caminando por las calles del centro ;);););););)
te amo te veo en un rato cuando llegues