lunes, 1 de marzo de 2010

Caminas de manera estable por los pasillos, con la mirada siempre al frente. Los que se encuentran a tus costados se quedan petrificados con miedo de verte a los ojos, sin poder respirar ante tu autoridad. Sin embargo, vos no evitas girar levemente la cabeza y sonreírles un poco, sacándoles un suspiro.

Inclusive tus movimientos cuando te sentas en ese cómodo sillón son suaves, delicados, precisos, perfectos. Hidalgo, con solo sentir tu presencia uno empieza a temblar, temeroso de quedar demasiado en el piso.

Me hablas con calma, con las palabras justas y necesarias. Ni una palabra más, ni una menos. Sonreís cuando es necesario, reís con sutileza y hablas pausado para que entienda. Es fácil escucharte, con esa voz que parece música, contarme esas lecciones que de la profesora no pude entender y de vos todo parece fácil.

No solo demostrás inteligencia, si no audacia y una increible experiencia en lo que llaman vida. Podes saber más que una enciclopedia y describir mejor que un diccionario. Tu personalidad lo demuestra, tu postura lo asegura y tu mirada lo afirma.

Y es ahí cuando me pregunto, ¿cómo hacen los hombres como vos, los que mueren de pie?

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