lunes, 1 de marzo de 2010

El viento sopla suavemente, refrescando luego de duros días de trabajos. El olor a diferentes flores que no sabré nombrar se siente a medida que uno camina por las calles solitarias y calmas de Buenos Aires.

Se ve una niña correr a lo lejos, sonriendo por felicidad pura mientras llamaba a su madre, quien no tardaba en llegar a los pequeños brazos de su niña.

Por otro lado se podía ver al diarierio, un sabio anciano que conoce de las noticias de ayer, de hoy y las que posiblemente salgan mañana. Él aconsejaba a una joven estudiante de medicina sobre la mejor revista de moda para comprar.

A la cuadra y media se podía ver a los entusiastas chicos del lavadero de autos, que de ves en cuando, cada tanto, se olvidaban de su tarea y jugaban con las mangueras. Siempre riendo, demostraban que hasta en el trabajo uno puede conseguir algo divertido que hacer.

Si caminabas un poco más se podía encontrar a los pobres necesitados, sin casa y con poca comida. A pesar de todo, se los veía brindar con un poco de agua que habían recibido de un maravilloso donador. Brindaban por salud, amor y trabajo.

Después se podía ver a los adolecentes (que ya se creían grandes) salir del colegio. A pesar de lo exhausto que había sido el día, no evitaban hablar entre sí sobre el último chisme o liberarse de las tareas.

Allí se puede ver la felicidad que parece existir, la paz.

Parece la calma antes de la tormenta... y no se siente bien.

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