lunes, 1 de marzo de 2010

Un domingo a la mañana no hay nada peor que te despierte el sonido de un nuevo mensaje en el celular, la agonía se multiplica al notar que el mensaje es, simplemente, de una empresa que quiere hacer publicidad. Sin poder enfrentarse al sueño, uno decide hacerse el desayuno. Al abrir la heladera como todos los días, se puede escuchar el chillido que demuestra la longevidad del aparato. Con un suspiro y un poco de resignación, sacó el pedazo de pan que, seguramente, ya se habrá pasado de fecha de expiración.

Intentado consumir el repulsivo sanguich, uno mira por la ventana pensando que tan mejor la vida podría ser. Uno se imagina que podría ser un doctor conocido por la cantidad de vidas vitales para el resto del mundo ha salvado, como uno podría haber sido ese hombre que las madres piden que curen a sus hijos con desesperación pero sabiendo que uno los salvaría. Ser ese hombre reconocido por ser el héroe que no existe en los comics.

Entonces, uno escupe algo, tan sombrío y espantoso como el sanguich en sí, y mira al piso. Uno recuerda como se oía el llanto y la decepción de sus padres, la desilusión de su hermana (quien, por cierto, empezaba medicina este año). Uno también se acuerda del dolor en su cachete izquierdo producido por la cachetada de quien era, en su momento, la persona más importante para uno, esa con la cual uno soñaba tener hijos y una casa grande, un coche rojo y un golden retriever.

Puede ser la locura que tanto mantenía guardada en uno hace varios años, o el sanguche que ya empezaba a demostrar sus efectos secundarios, pero uno empieza a reír absurdamente. Mientras la carcajada se va transformando en un sollozo casi silencioso, los ojos de uno se van humedeciendo como el vidrio de una ventana en un día de lluvia. Las lágrimas siguen cayendo, junto al cigarrillo que empieza a quemarle los dedos.

Uno no desea esa vida, sin embargo, fue la que eligió. Prefirió lo fácil y terminó costandole el doble.

A pesar de que tirar el cigarrillo al suelo y ensuciarlo más no ayudara a calmar estas aguas turbias, uno lo hace y levanta la pierna hasta apoyar la rodilla sobre el borde de la mesa. Sin cuidado, ya que uno no lo tenía más, dejó descansar su pecho sobre la pierna y la rodilla. Apretando fuertemente los labios, como si el dolor calmara, uno espera a que un milagro llegara.

Posiblemente no haya sido un milagro, pues nadie lo creería, pero uno puede escuchar el irritante sonido chillante del timbre de la puerta principal. Con desgana, uno decide ir a abrir, apenas rozandose los ojos con el brazo sin intentar disimular llanto de hace un par de minutos.

Al abrir la puerta (que, por cierto, también hizo un chillido irritante) uno puede ver a su hermana, un poco más madura y con una bata blanca que dice -más bien, grita- que ella ya es doctora, que apenas le había hablado en los últimos años. Que uno se sorprenda por la ausencia de una sonrisa o la leve inclinación de sus cejas haciendo que sus ojos se vean severos, sería insólito ya que uno está, deprobablemente, acostumbrado a verla así.

Dar un simple suspiro y no decir nada (ya que las palabras quedaban atascadas en la garganta) es lo único que uno puede hacer. Ella, sin embargo, entra con descaro a la casa y empieza a hablar con una vos alta y llena de orgullo, lo que le extraña a uno.

-Veo que te estas destruyendo -dice, mirando por encima el nefasto departamento- más -agregó.

A pesar de que sus palabras, tan frías y lejanas, no eran lo que uno esperaba, no podría dejar de mirarla con orgullo y felicidad.

-¿Tanto tiempo y tratas así a tu hermano mayor? -cuestiona uno, casi con gracia.

-No vengo a verte por gusto-le responde, mirandole a los ojos, de tal manera que uno podía sentir el tamaño de su ser que era, irónicamente, mayor al suyo-, vengo porque mis... nuestros padres lo pidieron. Quieren que te "ayude" y vea si tenes algún... algún problema, de salud -decía mientras jugaba con las manos, moviéndolas de aquí y allá, y mirando el techo cada tanto -. Todavía desprecio como alguien que casi llega a ser doctor puede vivir en estas condiciones.

-Bienvenida a mi mundo. Te ofrecería una cerveza pero no tengo más -

-¿No confundí la casa, sos vos mi hermano? ¿Aquél que tenía las mejores notas, proporcionándole una beca, aquél hombre que salvó la vida de muchos seres humanos aún siendo estudiante(*), aquél joven soñador que decía poder llegar a ser un héroe, aquél que salvaría a la humanidad, aquél que caminaba por la calle y los niños le sonreían? -ella ya no podía evitar gritar y lloriquear, balbuceando las palabras. Uno no la puede mirar, sintiéndose decepcionado por uno mismo -¿Dónde está, dónde está? -sigue preguntando, sin que sus palabras se entiendan.

Uno mira la ventana, intentando ignorar los sollozos.

Él había muerto y ahora era otra persona, consumida por la ignorancia.

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